Se conmemora cada 24 de Marzo en nuestro país, el día de la memoria por la verdad y la justicia. En este feriado atípico, que nos encuentra en “aislamiento social, preventivo y obligatorio" a todos los argentinos, los invito a reflexionar...
Se conmemora cada 24 de Marzo en nuestro país, el día de la memoria por la verdad y la justicia. En este feriado atípico, que nos encuentra en “aislamiento social, preventivo y obligatorio» a todos los argentinos, los invito a reflexionar colectivamente sobre la historia -aún reciente y por siempre presente- del último golpe de Estado, recordando a las víctimas de aquella dictadura militar y contribuyendo especialmente a despejar dudas a quienes aún niegan o descreen los números en relación a los detenidos desaparecidos durante aquel bestial proceso que imprimió dolorosamente una de las épocas más tristes de la historia argentina. Por último me permito hacer un breve análisis del significado personal de esta fecha.
Situándonos contextualmente en aquel momento de la historia, fue en plena madrugada del 24 de marzo de 1976 cuando las Fuerzas Armadas derrocaron al gobierno constitucional y democrático de entonces, instaurando un régimen de facto que perduró hasta el 10 de diciembre de 1.983. En ese momento, la Junta militar comandada por el teniente general Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti anunciaba la declaración del estado de sitio en todo el territorio nacional, a la vez que disolvía el Congreso de la Nación, destituía los gobiernos provinciales y municipales, suspendía las actividades gremiales y las de los partidos políticos. Se iniciaba así el golpe de estado más atroz y violento de nuestra historia. Durante este proceso militar se prohibieron numerosos libros y revistas, se censuraron obras de teatro y películas, creándose la famosa “lista negra”, a través de la cual persiguieron a cientos de artistas, muchos de los cuales tuvieron que dejar el país para vivir en el exilio. Fue así que durante el golpe cívico-militar llegaron a prohibir cientos de canciones y a grandes artistas como Luis Alberto Spinetta, León Gieco, Charly García, Mercedes Sosa y María Elena Walsh, entre tantísimos otros. Al mismo tiempo, este proceso ilegal implementó desde el Estado un plan sistemático de secuestro, tortura y asesinato de miles de personas, en su gran mayoría jóvenes, muchos de los cuales aún esperan el justo esclarecimiento de esos hechos en los juzgados federales dispersos a lo largo y a lo ancho de nuestro país.
Parece mentira, pero luego de haber transcurrido 44 años de este golpe cívico-militar y de haberse conocido las crueldades que el mismo ocasionó, sigue habiendo aún hoy ciudadanos argentinos -y muchos de ellos conocidos de aquí nomás- que todavía lo niegan, lo relativizan e incluso se esmeran en justificarlo. Se sabe también que hay personas -afortunadamente muy pocas- que en estos tiempos de democracia lo reivindican o defienden. En mi caso, siendo parte de una generación que creció en un país totalmente distinto al de entonces, con el uso de libertades que otrora se suprimían o cercenaban, me temo a pensar que quizás algunos de ellos todavía no lo han comprendido, pero también es honesto presumir que hay muchos otros que no han querido admitir el terrorismo de Estado existente durante esa etapa oscura de la historia, que hoy tristemente rememoramos, donde se violaron sistemáticamente los derechos humanos y se cometieron la mayor cantidad de crímenes de lesa humanidad.
Sorprende también observar a personas de mi generación, -algunas de ellas, en ejercicio de una función pública- que niegan livianamente la cifra de los 30.000 argentinos detenidos y desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar. Creo que es apropiado reflexionar seriamente sobre este tipo de situaciones negacionistas que suceden a menudo en el país y también en nuestra ciudad, sobre todo cuando no se utiliza rigurosidad informativa al momento de emitir una opinión al respecto de tales negaciones. Al respecto, cabe recordar que 30.000 es la cifra asumida por todas las Organizaciones de derechos humanos del país y no es un invento de la actualidad reciente. La misma comenzó a construirse en plena dictadura, en medio de la represión clandestina, cuando los genocidas negaban la existencia de los desaparecidos y continuó elaborándose luego del advenimiento de la democracia. Además de significar un número que implica la crueldad del plan sistemático de desaparición, tortura y exterminio de personas, 30.000 constituye todo un símbolo de esta reconstrucción social e histórica, que está lejos de exagerar la real y total cantidad de víctimas reales. Digo esto, sabiendo que existen numerosos testimonios de sobrevivientes, incluso de los propios militares y de los documentos desclasificados que con el tiempo se lograron obtener, donde se han evidenciado la cantidad de detenidos desaparecidos que estuvieron en cautiverio durante toda la dictadura. Lejos de haberse cerrado en un número menor, aún hoy continúa este intenso trabajo de búsqueda de la verdad, esperando saber qué pasó y dónde están esas miles de personas desaparecidas de las cuales todavía nada se sabe. Por eso mismo, coincido con quienes dicen que cuestionar esta cifra significa, lisa y llanamente, minimizar el horror de la última dictadura. ¿Por qué digo esto? Porque hay muchos sectores políticos y económicos, medios de comunicación y del denominado poder real, que se han esforzado denodadamente durante todos estos años en relativizar los daños causados por el genocidio militar. Pretenden, de esta manera, empañar y deslegitimar la ardua lucha efectuada durante años por parte de los Organismos de Derechos Humanos, familiares, sobrevivientes, militantes y cientos de investigadores con el fin de recuperar y reconstruir la información que la dictadura pretendió silenciar, ocultar y eliminar durante todo el proceso. Por ello, quien pone en duda a los 30.000 debe saber que lo hace en contribución a quienes niegan la historia, relativizan la represión, minimizan sus efectos y banalizan su magnitud.
Para finalizar, no quiero dejar de expresar que para mí, cada 24 de marzo tiene un sentido muy especial. En esta fecha, hay dos personas amadas y muy cercanas que me cuentan siempre sus historias de dolor, de desencantos y tristezas sobre aquellas épocas: mis padres. Fueron ellos los que siempre se esmeraron en explicarme sus vivencias, ideales, valores y convicciones de juventud, sus logros, pérdidas y frustraciones. Fue así que comprendí realmente qué tiempos vivieron, el mundo que soñaron, las injustas pérdidas y desencuentros de tantos seres queridos. Sé lo que aún hoy significa esta fecha para ellos y para todos aquellos que son parte de esa “generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias”, tal como lo reivindicó Néstor Kirchner el 25 de mayo de 2003, porque fueron testigos de una época aterradora de su juventud, que aún recuerdan a pesar de los años y que fueron tan distintas a las que me tocaron afortunadamente vivir a mí y tantos jóvenes de esta época. Me expreso así hoy, sabiendo que en esta oportunidad tan particular del aislamiento sanitario, no los podré ver a ellos personalmente, pero sé que de cualquier manera, cada 24 de marzo, esas historias, tan personales y tan significativas para nosotros, regresan siempre y se hacen presentes para rememorarlas, comprenderlas y no olvidarlas, en el lugar que a cada uno nos toque.
Ojalá, pronto suceda ese anhelo de lograr construir en base a los hechos de nuestra historia, la consciencia colectiva sobre el tipo de sociedad que tenemos y la que deseamos tener y del mismo modo podamos definir, de una buena vez por todas, como pueblo y como Nación, sin rencores y sin odio, a qué tipo de Estado queremos pertenecer. El camino es largo, pero no imposible si lo recorremos con MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA.
Francisco H. STANG
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