El Papa Francisco visitó este domingo una remota comunidad en la selva de Papúa Nueva Guinea, isla asiática situada en el Océano Índico, y se desvió de su recorrido oficial para llegar a la Aldea de Barro, donde reside el sacerdote misionero Alejandro Díaz, oriundo de Santa Elena. «Lo recibimos con mates y tortas fritas», contó y confió: «Fue una caricia al alma».
“Hace un año que estoy aquí como misionero, y hemos tenido la grata visita del Papa Francisco. Todo el domingo estuvo con nosotros, principalmente en la ciudad de Vanimo, donde entregó una Rosa de Oro a la Virgen de Luján», comenzó relatando Díaz a Canal Once de Paraná.
“En Papúa no hay una advocación propia de la Virgen, así que los primeros misioneros de nuestro instituto, hace 27 años, trajeron la imagen de Luján a estas tierras. Justo el día que llegó el Papa se cumplieron 25 años de esa llegada. Fue muy emotivo”, recordó.
Una visita privada y especial
Después de participar de los actos protocolares en Vanimo, Francisco decidió visitar de manera privada la misión de Día en la Aldea de Barro, cerca del mar. “Soy el único entrerriano aquí, y tuve el honor de que el Papa viniera a visitarnos especialmente. Fue una visita más íntima, no más de cinco minutos, nos dijeron, pero finalmente se quedó 20 minutos», detalló el sacerdote.
El padre Alejandro, como buen anfitrión entrerriano, no dudó en preparar algo especial para la ocasión: “Le preparé unos mates amargos y unas tortas fritas que le encantaron. Incluso, antes de irse, me pidió dos tortas fritas para llevarse a la cena”, comentó entre risas.
La simpleza del encuentro dejó una huella en la comunidad: “Habíamos preparado jugo de naranja y frutas frescas, pero yo dije ‘seguro el Papa quiere unos mates’, y acerté. Me levanté temprano a amasar tortas fritas, y no solo él las comió, sino que todo su séquito también las probó”.
Los desafíos de la misión en la selva
Díaz también explicó las dificultades que enfrentan en la misión: “Acá la vida es muy sacrificada. Hay un 84% de humedad todos los días, muchísimo calor, y la cultura es muy distinta. No tenemos corriente eléctrica ni agua potable. Todo es muy precario. La gente que vino a ver al Papa caminó durante días, descalza, sin comida, soportando tormentas tropicales. Es una realidad muy dura, pero la gente aquí tiene un corazón gigante”, expresó.
Sobre la comunidad en la que reside, el sacerdote explicó: “Vanimo tiene 150 mil habitantes, es una ciudad muy pobre. Solo hay tres supermercados, y en nuestra aldea vivimos con paneles solares para poder tener una heladera y un ventilador. Nuestros vecinos no tienen luz eléctrica ni baños. Pero son personas muy simples y felices».
El legado del Papa en la misión
La visita del Papa Francisco dejó más que una huella espiritual. Gracias a su apoyo, la comunidad ha podido avanzar en proyectos fundamentales para mejorar las condiciones de vida de la zona: “Con la ayuda del Papa construimos un colegio secundario y mejoramos el primario. Además, conseguimos camionetas para poder llegar a las aldeas de la selva, que están a unas 4 o 5 horas de distancia. Sin una 4×4 es imposible llegar por los caminos intransitables», explicó.
Sobre lo que significa conocer personalmente al Papa, Díaz comentó: “Ya había tenido la oportunidad de verlo en Roma, pero esta visita fue especial. Él vino a estar con nosotros, y fue como una caricia al alma. Nos alentó muchísimo, nos escuchó con atención y nos dijo: ‘Lo que necesiten, solo háganmelo saber’. Fue un momento de mucha cercanía, de sentir que no solo cumplía con una agenda, sino que realmente estaba interesado en nosotros y en nuestra misión”.
Una misión marcada por la fe
Consultado sobre cuánto tiempo más se quedará en la misión, el sacerdote entrerriano respondió: “Tengo una visa como religioso por tres años, pero le dije al Señor que estaré aquí el tiempo que Él quiera. Soy muy feliz en esta tierra. Desde el primer día sentí que este es mi lugar. Materialmente te falta todo, pero yo estoy acá por fe. Estoy convencido de que Dios me envió a esta misión en este momento de mi vida”.
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